Cracia es dura, pero es justa. Historia de Morgalad Hiende Almas.
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Cracia es dura, pero es justa. Historia de Morgalad Hiende Almas.
Gustaréis de saber quien soy yo y cual es mi nombre, pero el nombre no hace a los hombres, sino que somos nosotros quienes le damos sentido a nuestros nombres, así como nuestros antepasados le dan sentido a quienes somos nosotros.
Soy Morgalad Hiende Almas, León Blanco de Cracia, custodio personal de su majestad el Rey Fénix Finuvar El Navegante. Y como tantos otros, mi historia pertenece a mis ancestros, y sus tradiciones han marcado mi existencia.
El cuerpo de guardaespaldas real tiene sus orígenes en las guerras contra nuestros oscuros hermanos, cuando el Rey Fénix Caledor III sufrió un intento de asesinato. Su campamento y su guardia personal fueron aniquilados y él pudo abrirse paso hasta los bosques de mi Cracia natal donde fue perseguido hasta ser alcanzado por un copioso número de los mejores asesinos de Nagaroth.
Quisieron los dioses que en momento tan oportuno los que ahora son mis ancestros volvieran a sus hogares justo por el mismo camino por el que se encontraban asesinos y monarca lidiando ferozmente. Al presenciar la escena aquellos humildes leñadores enarbolaron sus generosas hachas, armas que aún porta su prole, y se lanzaran en defensa del que era su legítimo Rey.
Los asesinos fueron derrotados más por la terquedad de aquellos sencillos leñadores que por una capacidad marcial acentuada, ya que las artes de nuestros odiados hermanos Druuchi eran cuando menos peligrosas.
En pago de agradecimiento y a partes iguales por la admiración que sintió Caledor III ante esos leñadores que defendieron con encono su vida, el Rey de Ulthuan decidió formar su nueva guardia personal de fieles y leales guardaespaldas a partir de aquellos toscos elfos venidos de la región más salvaje de toda la mágica isla.
Cracia era una tierra dura, y sus hijos no lo éramos menos.
Siempre se nos miraba con recelo y superioridad. Nuestros propios hermanos nos consideraban salvajes por lucir pieles de animal sobre nuestros cuerpos ya que necesitábamos guarecernos del frío que no acusaban en otras partes más plácidas de Ulthuan. El hecho de talar árboles y “atentar” contra la naturaleza era algo que a ojos de muchos altos elfos nos convertía en algo peor que un orco o un humano.
Pero el Rey Fénix supo mirar más allá de esos prejuicios y su decisión fue firme y digna, y desde aquel entonces los Cracios formamos no sólo una unidad de enorme importancia en las huestes de Ulthuan, sino que los mejores de ellos forman parte de la guardia personal del mismísimo Rey Fénix.
Así ha sido desde hace eones, y así será.
Somos fuertes rápidos y silenciosos. Somos fieros como leones. Portamos armas enormes sin cansancio ni torpeza porque podemos hacerlo y nos causan risa las armas pequeñas. Somos más altos y fuertes que el resto de mis hermanos y nuestras almas son distintas. Vivimos de forma sencilla, y la risa para nosotros tiene más valor que el mutismo en el que muchos de nuestros familiares de otros reinos se sumergen durante siglos.
Cuando decimos una verdad, la decimos a gritos.
Cuando alabamos una victoria, lo hacemos a gritos.
Cuando admitimos un error, lo admitimos a gritos.
Pero me habéis preguntado por mi persona, y sobre ello debo responderos.
Yo era hijo de uno de los guardaespaldas del Rey Fénix. Por tanto tenía pleno derecho a, cuando fuere un hombre, sustituir a mi padre cuando este yaciera en la otra orilla con mis antepasados.
Cuando mi padre partiera y abandonara este mundo, lo hizo a gritos en el fragor de la batalla, aullando y rugiendo como el león que era, como los leones que somos.
Al recibir la noticia yo ya poseía la edad suficiente para someterme a la prueba de adultez que, pese a los intentos de los políticos de otros reinos, nunca ha sido cancelada o cambiada. Es una sacra costumbre que nos forja no como adultos sino como leones, es el paso a la senda de la caza que caminamos durante nuestras luengas existencias.
Todo aspirante debe ir sólo y desarmado a las montañas donde descansan los leones albinos de Cracia, una raza colosal de león que no existe en otro lugar del mundo. Allí debe de buscar en las guaridas a un león que sea adecuado y apto, cosa que se decide en ese mismo momento cuando los dos cazadores se miran a los ojos, y posteriormente se le debe dar muerte con un solo brazo.
Con el cuerpo del león caído hacemos las capas que nos protegen en la batalla y también nos guarecen del frío o de las saetas de los asesinos. Pero muchos no sobreviven a semejante prueba.
Aquel día cambió mi vida más de lo que es usual para nosotros.
Estuve buscando días y días en las montañas al león que fuera adecuado para mí, sin éxito hasta que no llegó el séptimo amanecer desde el inicio de mi búsqueda.
Ella surgió de las profundidades de su cueva mientras yo aguardaba fuera. Era una leona realmente impresionante de tamaño y poderío.
Me miró largamente con el hocico alzado casi a la altura de mis ojos. La cruz de sus cuartos llegaba hasta la misma medida que mi fornido pecho y a los pocos segundos supe que aquel era nuestro momento.
Até a mi espalda mi brazo diestro, pues soy zurdo, y con mi brazo bueno luché siguiendo los cánones que me enseñaron para cazar. Dejé que ella atacara primero y tomándole el frlanco me dejé caer sobre su espalda estrangulándola con mi antebrazo, tomándome con la mano siniestra el hombro diestro y así hacer más fuerza con el hombro y el torso.
Rodamos por las afiladas rocas durante largos segundos arañándonos y mordiéndonos mutuamente mientras yo seguía intentándole estrangular con firmeza. Poco a poco las fuerzas fueron haciendo acto de ausencia en ella y fue siendo derrotada conforme la vida le abandonaba.
Pese a lo que puedan decirles otras fuentes, aquello no es un acto de barbarie, sino un acto de Honor del Guerrero. Cuando el animal asimila su destino como lo hace todo Guerrero sea de la raza o etnia que sea, alzando el rostro para desnudar su cuello, es cuando se imprime fuerza para partir el cuello y hacer aquello rápido y lo más indoloro posible. Pero algo ocurrió en ese mismo momento.
Ella, con una dignidad que muchos elfos creerían sólo posible en su altanera estirpe, miró hacia su cueva y emitió un último aullido, una despedida muy posiblemente, justo antes del sonoro crujido de su pescuezo.
Cayó a mis pies ya sin vida cuando yo miré hacia la cueva de donde emergió un albino cachorro ante esa llamada materna viendo la escena claramente.
El cachorro se lanzó en pos de su progenitora sin entender porque ella dormía tan profundamente. Le lamía y le acariciaba con el hocico en vano mientras yo desataba mi brazo de la espalda y me reponía de mi cansancio a su lado, silencioso.
Pero ella no despertó.
El cachorro comprendió entonces lo que era la muerte, lo que era la vida, y como esta pese a poder prolongarse durante centurias, es leve y efímera.
Me miró largamente mientras yo tomaba el cuerpo de su madre y lo echaba sobre mis hombros dándole la espalda sin quererle dar más importancia al asunto y deseoso de volver a mi aldea para festejar mi madurez, pero sabía que faltaba algo por terminar allí.
Dicen que los animales no pueden hablar, que no tienen raciocinio. Mienten. Sentí su mirada acusadora en sus ojos clavándose en mi alma. Sentí su sed de venganza desde aquel mismo instante y su impotencia por ser de corta edad.
Cuando quise marcharme me mordió sin efecto alguno en el tobillo y me gruñó para llamar mi atención y al girarme nos miramos de nuevo largamente. Entonces tomé mi decisión.
Y ahora…
Ahora él es mi compañero. Me acompaña en la lucha y me protege de mis enemigos, no por desearme bien alguno, sino porque aguarda al momento en que ambos dos estemos lo suficientemente equiparados en nuestras habilidades como para consumar él su venganza y darme muerte.
Yo porto en mis hombros el cuerpo de su madre, y él la mira constantemente como eterno recordatorio de quien soy yo.
Sé que él jamás entenderá porque hice aquello, pero yo sé porque él quiere matarme y lo creo justo, por eso le dejé acompañarme.
Mi mejor compañero y amigo será algún día mi verdugo. Duermo tranquilo por las noches porque sé que quiere matarme en las mismas condiciones en las que yo maté a su madre.
Yo cumplí ante mis ancestros con el deber de nuestras costumbres.
Él desea cumplir ante su madre dándome muerte.
Es duro, pero es justo. Cracia es dura, pero es justa.
Los cracios somos duros, pero somos justos, porque somos leones.
Soy Morgalad Hiende Almas, León Blanco de Cracia, custodio personal de su majestad el Rey Fénix Finuvar El Navegante. Y como tantos otros, mi historia pertenece a mis ancestros, y sus tradiciones han marcado mi existencia.
El cuerpo de guardaespaldas real tiene sus orígenes en las guerras contra nuestros oscuros hermanos, cuando el Rey Fénix Caledor III sufrió un intento de asesinato. Su campamento y su guardia personal fueron aniquilados y él pudo abrirse paso hasta los bosques de mi Cracia natal donde fue perseguido hasta ser alcanzado por un copioso número de los mejores asesinos de Nagaroth.
Quisieron los dioses que en momento tan oportuno los que ahora son mis ancestros volvieran a sus hogares justo por el mismo camino por el que se encontraban asesinos y monarca lidiando ferozmente. Al presenciar la escena aquellos humildes leñadores enarbolaron sus generosas hachas, armas que aún porta su prole, y se lanzaran en defensa del que era su legítimo Rey.
Los asesinos fueron derrotados más por la terquedad de aquellos sencillos leñadores que por una capacidad marcial acentuada, ya que las artes de nuestros odiados hermanos Druuchi eran cuando menos peligrosas.
En pago de agradecimiento y a partes iguales por la admiración que sintió Caledor III ante esos leñadores que defendieron con encono su vida, el Rey de Ulthuan decidió formar su nueva guardia personal de fieles y leales guardaespaldas a partir de aquellos toscos elfos venidos de la región más salvaje de toda la mágica isla.
Cracia era una tierra dura, y sus hijos no lo éramos menos.
Siempre se nos miraba con recelo y superioridad. Nuestros propios hermanos nos consideraban salvajes por lucir pieles de animal sobre nuestros cuerpos ya que necesitábamos guarecernos del frío que no acusaban en otras partes más plácidas de Ulthuan. El hecho de talar árboles y “atentar” contra la naturaleza era algo que a ojos de muchos altos elfos nos convertía en algo peor que un orco o un humano.
Pero el Rey Fénix supo mirar más allá de esos prejuicios y su decisión fue firme y digna, y desde aquel entonces los Cracios formamos no sólo una unidad de enorme importancia en las huestes de Ulthuan, sino que los mejores de ellos forman parte de la guardia personal del mismísimo Rey Fénix.
Así ha sido desde hace eones, y así será.
Somos fuertes rápidos y silenciosos. Somos fieros como leones. Portamos armas enormes sin cansancio ni torpeza porque podemos hacerlo y nos causan risa las armas pequeñas. Somos más altos y fuertes que el resto de mis hermanos y nuestras almas son distintas. Vivimos de forma sencilla, y la risa para nosotros tiene más valor que el mutismo en el que muchos de nuestros familiares de otros reinos se sumergen durante siglos.
Cuando decimos una verdad, la decimos a gritos.
Cuando alabamos una victoria, lo hacemos a gritos.
Cuando admitimos un error, lo admitimos a gritos.
Pero me habéis preguntado por mi persona, y sobre ello debo responderos.
Yo era hijo de uno de los guardaespaldas del Rey Fénix. Por tanto tenía pleno derecho a, cuando fuere un hombre, sustituir a mi padre cuando este yaciera en la otra orilla con mis antepasados.
Cuando mi padre partiera y abandonara este mundo, lo hizo a gritos en el fragor de la batalla, aullando y rugiendo como el león que era, como los leones que somos.
Al recibir la noticia yo ya poseía la edad suficiente para someterme a la prueba de adultez que, pese a los intentos de los políticos de otros reinos, nunca ha sido cancelada o cambiada. Es una sacra costumbre que nos forja no como adultos sino como leones, es el paso a la senda de la caza que caminamos durante nuestras luengas existencias.
Todo aspirante debe ir sólo y desarmado a las montañas donde descansan los leones albinos de Cracia, una raza colosal de león que no existe en otro lugar del mundo. Allí debe de buscar en las guaridas a un león que sea adecuado y apto, cosa que se decide en ese mismo momento cuando los dos cazadores se miran a los ojos, y posteriormente se le debe dar muerte con un solo brazo.
Con el cuerpo del león caído hacemos las capas que nos protegen en la batalla y también nos guarecen del frío o de las saetas de los asesinos. Pero muchos no sobreviven a semejante prueba.
Aquel día cambió mi vida más de lo que es usual para nosotros.
Estuve buscando días y días en las montañas al león que fuera adecuado para mí, sin éxito hasta que no llegó el séptimo amanecer desde el inicio de mi búsqueda.
Ella surgió de las profundidades de su cueva mientras yo aguardaba fuera. Era una leona realmente impresionante de tamaño y poderío.
Me miró largamente con el hocico alzado casi a la altura de mis ojos. La cruz de sus cuartos llegaba hasta la misma medida que mi fornido pecho y a los pocos segundos supe que aquel era nuestro momento.
Até a mi espalda mi brazo diestro, pues soy zurdo, y con mi brazo bueno luché siguiendo los cánones que me enseñaron para cazar. Dejé que ella atacara primero y tomándole el frlanco me dejé caer sobre su espalda estrangulándola con mi antebrazo, tomándome con la mano siniestra el hombro diestro y así hacer más fuerza con el hombro y el torso.
Rodamos por las afiladas rocas durante largos segundos arañándonos y mordiéndonos mutuamente mientras yo seguía intentándole estrangular con firmeza. Poco a poco las fuerzas fueron haciendo acto de ausencia en ella y fue siendo derrotada conforme la vida le abandonaba.
Pese a lo que puedan decirles otras fuentes, aquello no es un acto de barbarie, sino un acto de Honor del Guerrero. Cuando el animal asimila su destino como lo hace todo Guerrero sea de la raza o etnia que sea, alzando el rostro para desnudar su cuello, es cuando se imprime fuerza para partir el cuello y hacer aquello rápido y lo más indoloro posible. Pero algo ocurrió en ese mismo momento.
Ella, con una dignidad que muchos elfos creerían sólo posible en su altanera estirpe, miró hacia su cueva y emitió un último aullido, una despedida muy posiblemente, justo antes del sonoro crujido de su pescuezo.
Cayó a mis pies ya sin vida cuando yo miré hacia la cueva de donde emergió un albino cachorro ante esa llamada materna viendo la escena claramente.
El cachorro se lanzó en pos de su progenitora sin entender porque ella dormía tan profundamente. Le lamía y le acariciaba con el hocico en vano mientras yo desataba mi brazo de la espalda y me reponía de mi cansancio a su lado, silencioso.
Pero ella no despertó.
El cachorro comprendió entonces lo que era la muerte, lo que era la vida, y como esta pese a poder prolongarse durante centurias, es leve y efímera.
Me miró largamente mientras yo tomaba el cuerpo de su madre y lo echaba sobre mis hombros dándole la espalda sin quererle dar más importancia al asunto y deseoso de volver a mi aldea para festejar mi madurez, pero sabía que faltaba algo por terminar allí.
Dicen que los animales no pueden hablar, que no tienen raciocinio. Mienten. Sentí su mirada acusadora en sus ojos clavándose en mi alma. Sentí su sed de venganza desde aquel mismo instante y su impotencia por ser de corta edad.
Cuando quise marcharme me mordió sin efecto alguno en el tobillo y me gruñó para llamar mi atención y al girarme nos miramos de nuevo largamente. Entonces tomé mi decisión.
Y ahora…
Ahora él es mi compañero. Me acompaña en la lucha y me protege de mis enemigos, no por desearme bien alguno, sino porque aguarda al momento en que ambos dos estemos lo suficientemente equiparados en nuestras habilidades como para consumar él su venganza y darme muerte.
Yo porto en mis hombros el cuerpo de su madre, y él la mira constantemente como eterno recordatorio de quien soy yo.
Sé que él jamás entenderá porque hice aquello, pero yo sé porque él quiere matarme y lo creo justo, por eso le dejé acompañarme.
Mi mejor compañero y amigo será algún día mi verdugo. Duermo tranquilo por las noches porque sé que quiere matarme en las mismas condiciones en las que yo maté a su madre.
Yo cumplí ante mis ancestros con el deber de nuestras costumbres.
Él desea cumplir ante su madre dándome muerte.
Es duro, pero es justo. Cracia es dura, pero es justa.
Los cracios somos duros, pero somos justos, porque somos leones.
Morfindel- Admin
- Cantidad de envíos : 17
Fecha de inscripción : 25/09/2008
Re: Cracia es dura, pero es justa. Historia de Morgalad Hiende Almas.
Me ha encantado.
Dura, firme... intentado parecer totalmente fría y distante, como una mera historia contada para informar. Sin embargo, lo que cuenta está lleno de sentimientos. Primero lealtad, luego valentía y finalmente la dureza de la venganza unida inseparablemente a una realidad implacable.
Mi enhorabuena. Realmente conmovedora y sobre todo, original.
Dura, firme... intentado parecer totalmente fría y distante, como una mera historia contada para informar. Sin embargo, lo que cuenta está lleno de sentimientos. Primero lealtad, luego valentía y finalmente la dureza de la venganza unida inseparablemente a una realidad implacable.
Mi enhorabuena. Realmente conmovedora y sobre todo, original.
Shublo- Cantidad de envíos : 46
Fecha de inscripción : 25/09/2008
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